9 de diciembre de 2008

25 años de democracia

25 años de Democracia en Argentina
Cuento corto
Enrique Ameijeiras (2003) y seguimos la marcha


Amainaba lentamente la lluvia.

Momentos antes, un cepillo de acero frotaba violentamente la superficie barrosa de mi pueblo. Desde las ventanas de mi hogar, se divisa una nube plomiza que se incrusta como un puñal contra la montaña dormida. Los charcos burbujean cristales que revientan y se multiplican por doquier.

Seguirá lloviendo – murmura mi vieja vecina mientras sacaba brillo a una copa de cristal y al mismo tiempo husmeaba por la ventana – Con este día ni se le ocurra salir, total, ¿Para qué? La gente con días así no sale, nadie compra, nadie vende. Ni la nieve, ni el frío hacen en la gente lo que hace la lluvia.

Yo la escucho como detrás de un muro; mis ojos clavados en un horizonte que no existe en el valle, sus palabras chocan en mi cabeza tal esa extraña nube que flotando, se estrella contra la montaña. Que triste el camino que se aleja y no vuelve, que insípido el caminante que viene y pasa de largo, la gente que va ensimismada en su mundo, tan ajena al mío.

Hoy se cumplen 20 años. – “Que 20 años no es nada, que febril, la mirada...” Empecé a balbucear un tango con menos gracia que una bandurria enamorada.

Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo blanquearon mi cien... –

Inconfundible la ronca, pero afinada voz de Valentina, la vieja amiga de la familia, que ya era más que una madre, solo que yo he envejecido en demasía y ella se ha quedado en el tiempo, como suspendida en una eterna juventud de formol.

- ¿de que se cumplen 20 años, niño? – El niño era yo.
- De la democracia, Valen. Hoy se cumplen 20 años desde el brindis “por diez años de democracia” ¿Te acordás?, estabamos todos acá.
- Como no me voy a acordar, si su papá se enojó muchísimo por que decía que no teníamos que tener la mente tan chiquita y la esperanza tan amarreta para brindar solo por diez años nada más. Hizo un silencio, se inmutó unos segundos y continuó: - Por otra parte, también se cumple un nuevo aniversario de...
La interrumpí violentamente – Parece que dejó de llover y yo me voy, - dije secamente y me levanté de la mecedora.
- ¿Le preparo el perramus y el sombrero? – dijo nerviosamente
- No viejita, no va a seguir lloviendo. –Respondí dulcemente como para cambiar de clima.



Salí al Porche. Una ráfaga húmeda y fría me abrazó como un gigante invisible que volvía del pasado. Afirme mis pasos y descendí los tres escalones con la sola compañía de mis recuerdos. Abrí el viejo portón y salí a caminar por las calles mojadas. Sin destino cierto pero, como solía hacerlo rutinariamente, siempre hacia delante.


Siempre creí que su nombre estaba escrito en la agenda de algún compañero de la facultad, y por eso vinieron a buscarla. Pero últimamente pienso que los vecinos tenían razón: “Algo habrá hecho” o “En algo raro estaría”... y eso me llena de orgullo. Solo que nosotros, con mi viejo, la sabíamos un ángel y recorrimos todos los lugares: comisarías, cuarteles, hospitales, reparticiones... Habeas Corpus, pedido de paradero, en fin, un sinfín de recursos estériles. Nunca apareció.

En el año 76 Rosario tenía 24 años, estudiaba periodismo en Buenos Aires, yo 39, por esa causa ella era "el bebote" de la familia. El viejo tenía casi cincuenta cuando nació.

Mi pobre viejita no soportó más que un par de años desde que desapareció y murió.

En el ´83 mi viejo reunió a todos sus amigos y familiares, hizo un asado espectacular, lo regó con los mejores vinos y quiso festejar la democracia. -“No por diez, sino por mil años de paz, de justicia, de felicidad” brindó eufórico abrazándonos después a cada uno con lágrimas en los ojos y en el alma. Pocos días después murió durante el sueño, a los ochenta años.

Siempre hacia delante, sin mirar atrás, como quien busca en el futuro los afectos del pasado. Como un planeta calentado de frente por el sol y cargando en su espalda las gélidas sombras del pasado.

A lo lejos, una multitud. -Deben estar haciendo un homenaje, o quizás haya un festejo por el aniversario de la asunción de Alfonsín.- me dije en silencio. Se escucha música, bombos y voces de Pueblo. ¿Qué estará pasando? Si no fuera por mi gota, apuraría el paso. Maldita catarata. No alcanzo a divisar si son los peronistas, los radicales o quien sabe quien...

“Que culpa tiene el tomate, que esta tranquilo en la mata, Si viene un hijo de puta y lo mete en un lata y lo manda pa´ Caracas”.

Esa música la conozco, pero... ¿Habrá una revolución y yo no me enteré? La manifestación se dirige hacia mí, no veo muy bien pero es mucha gente, sus voces se escuchaban claro y fuerte, estan como a dos cuadras de distancia:

“Van a ver, van a ver,
van a ver, van a ver,
el hospital de niños
en el Sheraton hotel”

Un micro dobló repentinamente en la esquina y paso a mi lado, sin darme cuenta estaba caminando por el medio de la calle; no me pasó por encima por milagro. Se detuvo repentinamente a unos metros de mí, el chofer descendió del vehículo luego de un desinflado sonido hidráulico.

Que raro, dije para mis adentros, mirá este loco dejando todo el pasaje para ver la manifestación. Cuando vuelvo la mirada hacia delante, ya estaban sobre mi, eran miles de jóvenes, con banderas descoloridas, con los dedos en V, otros con el puño cerrado en alto, golpeaban mis hombros como si no me vieran, una mano cálida me acarició el rostro, miré casi aturdido a mi derecha y vi una mujer mayor, que me miraba con ternura, hubiese jurado en ese momento que era mi madre.

Luego unas palmadas en mi espalda, un abrazo y un beso. No puedo creer lo que estoy viviendo: Mi viejo, sonriendo, con el mismo olor a Aqua belva de toda la vida, la manifestación me rodeó, se hizo un claro y un silencio a mi alrededor.

De entre las filas informales la silueta de un ser radiante, con una sonrisa angelical, se acercó hasta pararse frente a mi. Si. Era mi hermana, Rosarito, el tiempo no había pasado. Otra vez, los cuatro juntos. La manifestación volvió a los bombos, los gritos y la marcha, detrás, nosotros cuatro sostenidos por el viento, más allá un micro abollado y un cadáver en el pavimento.

Enrique Ameijeiras
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